AMORES SUBLIMES (MICRORRELATO)

AMORES SUBLIMES (MICRORRELATO)

El rostro de Amanda entraba dentro de la máxima perfección que podía alcanzar su naturaleza humana. Sus ojos, de un color azul láser, estaban rodeados del armonioso estuche formado por sus densas, largas, curvas pestañas negras. Los ojos de Amanda expresaban dulzura, inteligencia y sensibilidad. Sus cejas describían sendos arcos perfectos para unos párpados convexos, sedosos. La nariz era recta y finamente esculpida. Sus labios eran gruesos, pulposos, sensuales. Unos labios para morir de placer besándolos. Su cutis era terso, con la finura de la porcelana y de un cálido color rosáceo. Sus dedos temblaban de emoción deslizándose por él, en adorada caricia. A este extraordinariamente hermoso rostro lo enmarcaba una cabellera azabache, resplandeciente, que, formando suaves hondas caía en cascada sobre los bien proporcionados hombros.
Quien estaba contemplando con absoluto embeleso este retrato acercó sus manos y, por un instante, creyó sentir entre sus dedos la sedosidad perfumada de aquellos cabellos, y, a continuación, acercando la enmarcada fotografía a sus labios gozó el húmedo almizcle de la boca femenina y sintió que calmaba momentáneamente su apremiante, desesperada sed.
Transcurridos unos pocos segundos, el anciano cerró sus cansados, viejos ojos que empezaba a nublar un llanto amargo, despiadado, devastador.
Este hombre añoso apagó la luz del dormitorio. Acercó a su cara el pañuelo impregnado del ya evanescente perfume de Amanda y con la imagen de la mujer que había amado con locura, presa en la retina, se dispuso a soñar con ella. A Amanda, perdida irremediablemente para él, no tenía otro medio a su alcance de recuperarla en alguna levemente consoladora medida.
Una oscuridad intensa, fatídica, lo rodeó dentro de la oscuridad que lo rodeaba, oscuridad que lo engulló con su profundidad de abismo mortal, mientras dentro de su mente lo acogía, lo salvaba, una angelical figura de mujer aureolada de cegadora luminosidad que, cogiéndole dulcemente de la mano lo guiaba hacia el paraíso donde moran las almas de los amantes sublimes, imperecederos, inmortales.

(Copyright Andrés Fornells)

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